Recuerdo aquel mes de septiembre de 2008 como una época de profundos cambios en mi vida personal y sobre todo profesional. Debutaba en este "universo" de la docencia en un instituto enclavado en un barrio marginal de un pueblo-ciudad con unos 50.000 habitantes más o menos. Como recién llegado que era me asignaron un grupo de 2º ESO cuyo alumnado me recordaba a una célebre película "la clase" o "Entre les murs" (versión original francesa): alumnos de familias desestructuradas, serios problemas con drogas, algunos tenían asuntos pendientes con la justicia, otro estaba internado en un centro asistencial -que me llegó después de Reyes(vaya regalo), etc.
Los primeros días fueron muy difíciles, pues no sabía cómo mantener orden en clase y sobre todo, que les pareciese interesante lo que intentaba transmitirles.
Un día, se me ocurrió vestir con una chaqueta (por supuesto sin corbata) que usaba en mi anterior trabajo de delegado comercial y noté, algunas miradas sarcásticas, en ciertas alumnas. Una alumna me preguntó por qué vestía así, creo que me ruboricé y me hice el desentendido. Seguí la clase hasta que otra me interpeló : ..Maestro...¿por qué vas hoy tan "guapo"?. Hubiese deseado desaparecer como Harry Potter y en un momento de improvisación les dije: "Porque vosotr@s os lo merecéis"
Se hizo en la clase un "espantoso" silencio, cuyo desenlace nunca hubiera imaginado, roto al final por un estruendoso aplauso y golpeo de mesas.
En aquel momento interpreté que era una forma de agradecimiento, de aquellos alumnos desarraigados de la sociedad, respecto a algo que no estaban acostumbrados a escuchar: un halago o cortesía.
A partir de este día ya nada sería igual, creo que dejé de ser un elemento extraño entre ellos pues cooperaban en clase y todo funcionaba, en especial la convivencia, porque hacerles estudiar no había manera.
Puede ser que antes, yo fuese un "vendedor" más de enseñanzas y que, probablemente, lo que tendría que haber hecho desde el principio, era haberme vendido a mí mismo; a aquel alumnado tan especial que a pesar de su falta de valores, en general, la sensibilidad la tenían intacta.